Leandro tiene 32 años y es periodista. A fines del 2017 publicó su primer libro, Las vías de la herida. Hace diez años tuvo un accidente que dejó como consecuencia la pérdida de sus dos brazos. Desde ese momento descubrió una nueva forma de vivir.

por Pablo Gómez Samela


Publicado el 26 de Marzo, 2018


Los primeros 22 años de vida de Leandro no fueron tan distintos a los de un adolescente promedio. Iba a una escuela técnica, y lo que le apasionaba era leer y escribir: siempre quiso ser periodista. Pero tenía un papá ausente, y era muy difícil convivir con su mamá porque ella tenía problemas con las adicciones. Hoy nos cuenta que quizás fue esa situación familiar la que en parte pudo haber motivado el accidente en una estación de subte que casi lo mata y cambió su vida para siempre.

¿Cómo fueron los días previos al accidente?

Yo creo que el salto a Las vías de la herida (título de su libro) se empezó a gestar desde el día de mi nacimiento. Los días previos al accidente fueron sumamente tristes; grises, de mucho llanto. En ese momento trabajaba como delivery, y muchas veces manejaba en moto en una autopista a cien kilómetros por hora y a la vez lloraba. No podía controlarlo.

Antes de que pase lo del subte, ¿Habías pensado en terminar con tu vida?

Yo me venía sintiendo mal hacía un par de meses, pero no diría que quería morirme. Incluso después del accidente, lo primero que hice al despertar del coma fue preguntarle a los especialistas que me estaban atendiendo qué me había pasado. Ellos hicieron evaluaciones y entrevistas con mi entorno familiar y amigos, y así reconstruyeron mi perfil. Determinaron que había sido una situación de emoción violenta. Se lo atribuyeron a mi personalidad: yo no quería largar las cosas negativas que me pasaban y me la agarré conmigo mismo. No es que yo me quise morir. Lo que quería, o sentía, eran ganas de irme a dormir mucho tiempo, y que al despertar todo en mi vida estuviera solucionado.

¿Cómo fue la llegada al subte y la decisión de entrar a la estación?

No hubo una decisión consciente de eso. Fue la inercia del momento. Fue esa estación de subte, pero podría haber sido un paredón o un colectivo cruzando mal una esquina.

  Leandro en subte  

¿Hubo algo en particular que fue la gota que rebalsó el vaso?

Creo que fue una sumatoria de un montón de cuestiones que se iban agregando día a día. Siempre vivía en una situación crítica que iba acrecentándose. Lo que terminó “acorralándome” fue la soledad. Ya había terminado el secundario y todos mis amigos estaban empezando cada uno su nuevo camino con sus carreras y demás. Fue entonces que me faltó ese sostén. La última gota quizás fue una novia que tenía en ese momento. Habíamos estamos juntos durante muchos años; había sido mi cable a tierra. Me acompañó en el proceso de conocer a mi papá a los diecisiete años. Me ayudó a atravesar la violencia que viví con mi mamá. Por cuestiones obvias ella se agotó y se fue, y creo que esa fue la última cadena que se terminó de cortar.

¿Del momento del accidente tenés algún recuerdo?

Del momento exacto no me acuerdo. Yo solo recuerdo el momento siguiente a ser golpeado por la máquina. Cómo había llegado, lo desconocía por completo. Tenía imágenes sueltas. No sabía ni si me había caído, ni si alguien me había visto, ni si estaban frenando para que subieran pasajeros e iban a volver a arrancar.

¿Qué pasó cuando tomaste conciencia de lo que estaba pasando?

Me di cuenta que algo pasaba con mis brazos cuando quise incorporarme abajo del subte y no pude hacerlo. En ese momento pensé que me había fracturado. Después, cuando llegué al hospital, el médico que me atendió me dijo que me iba a tener que sacar los brazos. Yo le pedí que no lo hiciera, y él me dijo que hacerlo me iba a salvar la vida.

Entré en coma. Mis amigos que me fueron a visitar al hospital dicen que yo les movía los muñones, lloraba y les intentaba hablar. Los primeros días de internación fueron muy complejos. Estuve cinco días en coma, y los primeros tres fueron críticos. Antes de despertarme recuerdo que tuve un sueño en el que iba a dejar mi moto a la casa de mi papá, que era donde yo vivía en ese momento, y me tomaba el colectivo 127. En el sueño, bajaba en el Hospital Ramos Mejía para ir a hacerme unos controles porque me tenían que operar o algo por el estilo. Lo más loco de todo esto es que yo internado en ese hospital.

En ese viaje en colectivo yo era consciente de que estaba viajando sin brazos. Recuerdo que los pasajeros no me miraban. Como que era invisible para ellos. Yo entraba al hospital, encontraba una cama y me acostaba. Ahí abrí los ojos en la vida real y salí del coma, ya sabiendo que algo le había pasado a mis brazos.

¿Qué fue lo primero que pensaste cuando pudiste ver que ya no tenías tus brazos?

Lo primero que pensé es que nunca más iba a poder hacer algo solo; que iba a necesitar asistencia para cualquier cosa: desde ir al baño hasta alimentarme. En ese momento eran las enfermeras o algún familiar los que me daban de comer o me ayudaban a ir al baño, y yo pensaba que iba a ser un vegetal con recién 22 años.

¿Cómo fuiste cambiando ese pensamiento?

Fueron vitales mis amigos. En total, estuve internado 27 días. Los primeros cinco, dormido en coma. Cuando desperté, estuve otros cinco días más en terapia intensiva, y luego me pasaron a una sala común. Ahí fue cuando empecé a recibir las visitas más fuertes. Desde ese momento pude compartir más tiempo con mis amigos, y la verdad es que los primeros siete u ocho días fueron de llorar desde que abría los ojos hasta que los cerraba. No me salía otra cosa más que llorar y llorar.

Cada vez que venía a visitarme alguien que no me había visto todavía, quebraba de nuevo como si fuera la primera vez. Llegó un momento en que uno de mis amigos, Facundo, se cansó de verme mal, y me dijo: “¡Loco, estamos acá al lado tuyo hace dos semanas y lo vamos a seguir haciendo el tiempo que sea necesario, pero tenes que poner tu parte, tenes que dejar de llorar!” Eso fue un sacudón, con mucho amor, pero un sacudón en fin, y me hizo entender que el primer paso para avanzar era salir del hospital. Si yo no empezaba a levantar mi estado de ánimo, estaba en duda si me podían mandar a mi casa.

  Primer Plano de Leandro con subte de fondo  

¿Cuando saliste del hospital qué pasó?

Fue fundamental que me trataran como me trataban siempre. Con mis amigos no hubo sobreprotección o algo por el estilo. El poder reírnos de lo que estábamos atravesando fue el primer paso y lo más importante. Mis amigos fueron los que abrieron la puerta a esta nueva etapa de vida.

Con mi familia había un trasfondo de miedos y de cuidados que eran difíciles de sobrellevar. Había una cuestión rigurosa con la medicación psiquiátrica. Entonces sí o sí tenía que tomar a rajatabla en todo momento los medicamentos. Me empezaron a caer encima cargas sociales sobre el intento de suicidio. Yo estaba marcado. No importaba mi historia previa y todo lo que podía haber desencadenado en eso. Importaba que yo había saltado. Estaban todos pensando que yo iba a volver a intentar algo o que no tenía validez lo que podría llegar a decir o pensar.

Lo primero que tuve que hacer fue enfrentar el karma social a nivel familiar. Y fue lo más doloroso. Yo pensé que muchos iban a entender la situación, y no. Fue todo lo contrario. Después decidí dejar la medicación porque no me permitía pensar con claridad. Nadie estuvo de acuerdo, pero igualmente las dejé, y desde ese momento pude usar más mi cabeza, y empecé a desarrollar herramientas para resolver los problemas cotidianos.

¿Cómo fue que te volcaste al mundo del periodismo?

Me había anotado en la carrera tres veces. El primer año no había podido empezar porque me habían quedado materias del secundario y no llegué a rendirlas a tiempo. El segundo año me había quedado sin trabajo, y, como era un lugar privado, no llegaba a abonar la cuota. El tercer año fue el accidente, así que no puede empezar por eso. Y ese mismo año, después de darme cuenta que podía seguir usando la computadora, me di cuenta que podía seguir estudiando y trabajando.

¿Cómo empezaste a manejar la reacción de la gente en la calle o en tu vida diaria?

La reacción de la gente es algo que no voy a poder manejar nunca. No es algo a lo que uno se pueda acostumbrar. Es todos los días una lotería diferente. Cada persona tiene una reacción distinta.

Me ha pasado que si tengo que viajar en colectivo y tengo que sacar el celular por alguna cuestión en particular, lo hago y siempre hay alguien que se me queda mirando y me dice: “Que increíble, cómo haces eso, cómo haces lo otro”. Hay días en los que por ahí tengo ganas de ponerme a hablar en profundidad, y hay días en los que estoy pensando en otra cosa y no tengo ganas de ponerme a contar con tantos detalles.

No se debe agigantar la figura de la persona con discapacidad que vive resentida por su condición.

  Frase destacada, lo primero que pense es que nunca mas iba a poder hacer algo solo, que iba a necesitar asistencia para cualquier cosa  

¿En el laburo empezaste a sentir también esas diferencias?

La búsqueda laboral fue difícil. Al principio, las oportunidades no se daban. Después de las primeras entrevistas laborales fallidas, se dio una posibilidad del Ministerio de Educación.

¿Cómo te llevaste con las fallas que supongo existían a nivel de accesibilidad en el edificio en el que trabajabas?

Convengamos que mi discapacidad es puntual. No es tan habitual ver a una persona sin manos, como ver una persona en silla de ruedas, o una persona ciega. Entonces, por ejemplo, las instalaciones del Ministerio no estaban cien por ciento preparadas a mis necesidades, de la misma forma que la casa de mi papá, hoy, diez años después del accidente tampoco lo está. Yo voy al baño en la casa de mi papá y necesito ayuda. En el baño de mi casa, por ejemplo, con la ayuda de mis amigos del secundario, diseñamos herramientas que me permiten realizar todo con mayor facilidad. Hicimos una especie de ganchos que me sirven para poder subirme y bajarme los pantalones. Tengo otros en la ducha que me sirven para mover esponjas y bañarme.

Después, obviamente, el cuerpo mismo fue modificándose y empecé a tener mayor elasticidad. Pude usar los pies y las piernas para suplir las manos. Pero, bueno, a nivel edilicio, el Ministerio no estaba preparado y durante años no pude ir al baño mientras trabajaba ahí. En una época, trabajaba y cursaba en la facultad. Me iba de mi casa a las 8 de la mañana, cumplía mi jornada, me iba a cursar, y llegaba a mi casa a las 11 de la noche. En todas esas horas desde que me iba hasta que volvía no iba al baño una sola vez.

Volviendo a tu pasión por el periodismo, ¿Cómo llegaste al mundo de la radio?

Miguel Demársico, que hacía un programa de radio sobre discapacidad en FM La Boca, me invitó a participar un día, pegamos buena onda, y me invitó a sumarme como columnista. Así fue que llegué a la radio. Estuve en ese programa dos años. Después llegamos a Radio Gráfica. Por cuestiones ajenas, el programa se terminó, y Miguel se fue a vivir a Córdoba. Entonces, yo propuse armar un programa de cero que también tenga la temática de discapacidad y los grupos vulnerables, y así fue que nació Sin Condiciones, y al mes siguiente armé también otro programa sobre arte independiente que se llama Under Gráfica. En este momento están cada uno en su quinta temporada.

Desde tu rol de comunicador y los temas que tratas, ¿sentís que podes ser motivacional para otra persona?

Desde mi rol profesional como comunicador, trato de contar lo que veo. Por una cuestión de vida, la discapacidad me pega más fuerte. Al descubrir cuestiones sociales o prejuicios, me fue inevitable pensar en los que vienen atrás mío. Por eso mi trabajo se orientó a esa temática. También me gustan muchísimo la música y el teatro.

  Frase destacada, lo primero que pense es que nunca mas iba a poder hacer algo solo, que iba a necesitar asistencia para cualquier cosa  

Cuando te enteraste que ibas a ser papá, ¿Pensaste que ibas a tener alguna dificultad para poder criarla o estar con ella?

La llegada de mi hija no fue algo al azar. Todas esas preguntas yo ya me las había hecho en su momento. Habían pasado dos años del accidente, y, si bien yo tenía una vida social en desarrollo y había empezado a estudiar otra vez, había algo que tenía en el pecho que era una tristeza muy profunda que no me dejaba estar pleno.

Estaba en pareja, y yo sentía que tenía muchas ganas de ser papá, y ella me dijo que siempre había querido ser mamá. Entonces no hubo mucho más que hablar, y así llegó Lis a nuestras vidas. Lis nació el 19 de julio del año 2010. Todas esas preguntas y todos esos miedos sí los tuve, pero no cuando me enteré de la llegada de la nena, sino que en el mismo momento que me desperté del coma. Así cómo me preguntaba cómo voy a hacer para seguir andando en moto, o seguir jugando al futbol, me preguntaba cómo voy a hacer el día de mañana para enseñarle a un hijo a andar en bicicleta.

Pero la verdad es que soy muy afortunado por la hija que tengo. Ella siempre tuvo incorporado inconscientemente que tenía un papá sin manos. Desde bebé que permitió que yo pueda interactuar con ella de esa forma. Sabía, siendo chiquita, antes de aprender a hablar, de qué forma colgarse de mí para que yo le pudiera hacer upa y trasladarla. Otro ejemplo es que cuando ella todavía no llegaba a los dos años, ya tenía incorporado que para comer necesito un brazalete, y ella notó que ya habíamos puesto la mesa y estábamos a punto de sentarnos a cenar, y me faltaba mi brazalete. Sin decir nada se bajó de la silla, fue y trajo mi brazalete. Fue una escena muy tierna, y a la vez evidenciaba que ella ya sabía que había cuestiones diferentes.

Todo siempre fue muy natural con ella, y, por suerte, evolucionó con el correr de los años. Hoy tiene siete y todo ese desarrollo se siguió acrecentando. El día de hoy hacemos un gran equipo. Lis fue adquiriendo las capacidades para poder desarrollarse conmigo de manera independiente. Hace cinco años estoy separado de la mamá de Lis, y cuando ella viene a casa, podemos estar solos y puedo hacerme cargo de ella sin que haya nadie más.

Por último, ¿Cómo surgió la idea de escribir Las vías de la herida, tu primer libro?

Las vías de la herida es un libro que está ficcionado, pero el relato habla de personas que son reales: mis amigos, mis amores, mi familia, mis hermanos y, sobre todo, mi hija. Después del accidente empezó a aflorar en mí de nuevo la necesidad de expresarme y decir en palabras lo que me pasaba.

Descubrir que había personas que estaban pasando por lo mismo que yo, y tener la chance de comunicarlo fue lo que me motivó a escribir. El libro empezó a gestarse porque la vida misma quiso que se gestara. Incluso cada etapa del libro fueron procesos que yo mismo tuve que ir desentramando a nivel personal y demás.

Es como que el libro tuvo la vida propia que yo en su momento le había negado. Tardé hasta que logré aceptar que escribirlo tenía que darse y pude sentarme a escribir. Fue difícil convencerme a mí mismo de aceptar las partes negativas de la historia y decantar eso en un papel sin llorar. Lloré muchísimas tardes intentándolo. Fue una cuestión muy difícil a nivel personal. Un trabajo arduo que me demoró años.

La introducción relata un momento bisagra en mi vida que es cuando sucede lo del subte y me golpea la máquina, y desde ahí empieza un recuento para atrás de mi vida, y luego se va adentrando en los años hasta llegar al día de hoy. Hubo un proceso interno de hacer el duelo de mis brazos a través de la escritura, y también el duelo de mis dramas familiares.

Siempre supe que iba a escribir. Desde que era chico, sabía que en algún momento de mi vida iba a dedicarme a escribir historias. De hecho, tengo en mente varios libros que pienso escribir. El tema es que no me imaginaba que mi primer libro iba a tener como temática a mi propia historia, más allá de que está novelada.